Por Rodrigo López Oviedo
El reciente episodio del avión comercial que fue llevado a San Vicente del Caguán por un guerrillero, ha dado para mil comentarios en los medios masivos de comunicación, pero casi todos coincidentes en endilgarles a las FARC un aprovechamiento ilícito de la zona de despeje. De esa coincidencia no se alejó la periodista de RCN Claudia Gurisatti, quien en entrevista que hizo a un comandante guerrillero, insistía en obtener respuesta de él sobre la razón que tenía la organización guerrillera para aceptar que la zona de despeje se convirtiera en escenario de actos ilícitos, lo cual se evidenciaba en permitir que el aludido avión hubiera aterrizado en su aeropuerto y, además, en aceptar que el aeropirata permaneciera allí, sin ser devuelto a las autoridades.
La interpretación que de este episodio han hecho algunos medios periodísticos coloca en entredicho la objetividad de sus análisis, muchas veces distorsionada por la falta de deseos de llegar al fondo de las cosas.
En la entrevista de la Gurisatti, era claro su empeño en colocar a la insurgencia en el mismo papel en que puede colocarse a alguien que, estando dentro del marco de la constitución y la ley, se le sorprende en conductas que están por fuera de ellas. -¿Por qué no ha respetado esas normas?- se preguntará indignado al delincuente; entonces él, compungido, atinará a decir que tuvo necesidad del delito para poder llevar el pan a su casa, para resarcirse de una ofensa parecida, para anticiparse a un acto más grave que podría ser ejecutado por su víctima o, simplemente, porque no sabía que su conducta estaba prohibida por la ley (infinitas son las razones que puede argüir quien a caído en manos de la justicia para sacudirse de su peso).
El caso comentado, sin embargo, es diferente. Aquí no se trata de alguien que ha sido encontrado violando sus propias leyes. Al contrario, se trata de alguien que desde antes ha tomado la decisión de enfrentar esas leyes porque le parecen injustas, porque las considera oprobiosas, y porque piensa que es su deber levantarse contra ellas con el fin de reemplazarlas por unas nuevas, sobre las cuales pueda construirse una sociedad más digna.
Pero en donde la periodista llegó al absurdo fue en su cuestionamiento persistente por haberse permitido que el aeropirata aterrizara con la nave retenida en el aeropuerto del Caguán. ¿Será que no se ha dado cuenta de que cuantas veces se han presentado sucesos como éstos, a los aeropiratas no solo se les han abierto las puertas de los aeropuertos, sino que además, muchas veces, se les han suministrado elementos logísticos que les son necesarios, además de alimentos y atención médica, entre otros, todo con el fin de evitar que lo que comienza como acto delictivo termine en tragedia? ¿O será que hubiera visto con mejores ojos un desenlace en el cual los comandantes de la guerrilla, colocándose del lado de la legalidad burlada, ordenaran derribar el avión para castigar al burlador, sin importar que las demás personas que viajaban en él terminaran convertidas en cadáveres?
No. Creo que los sentimientos de la Gurisatti no han alcanzado semejantes niveles de perversión. Considero, sí, que ha dejado que su habilidad periodística y sus intereses personales sean aprovechados por fuerzas que serpentean en la oscuridad y que están interesadas en perpetuar la actual noche de violencia en que nos está tocando vivir a los colombianos. No. Esa actitud no es la que conviene a los intereses nacionales. Lo que hoy requiere el país es una cruzada sincera por la paz como paso previo a la constitución de una nueva nación que ofrezca a todos sus ciudadanos un ambiente dentro del cual se puedan satisfacer con gusto todas las necesidades de la humana existencia, comenzando por el alimento, el techo, la salud y la educación, y donde nadie, por sentirse excluido, vea justificado levantarse en armas para conquistar lo que no ha podido obtener por los canales que debe ofrecer la democracia.
Quienes se empecinan en mantener el clima de violencia que baña en sangre a nuestra patria, han utilizado todos los pretextos imaginables para acabar con el actual proceso de diálogos. No nos pongamos en ese plan. No es el que conviene a nuestro pueblo.
(Este comentario fue publicado por El Nuevo Día el 26 de septiembre de 2000)
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