Por Rodrigo López Oviedo
Cuando se habla de “democratizar la propiedad” debiera hacerse alusión exclusiva al proceso de colocar en manos de muchos lo que está en poder de unos pocos. Entre nosotros, sin embargo, con tal figura se han confundido vulgares privatizaciones. En evidencia de lo dicho, muchas son las pruebas al canto, pero para no alargarnos, recordemos simplemente lo ocurrido a unas cuantas entidades financieras y a una que otra empresa de servicios públicos.
El turno le ha correspondido ahora a la Empresa de Interconexión Energética ISA. Esta empresa, también vinculada al mundo de las comunicaciones, mediante una inteligente campaña publicitaria, ha logrado irradiar la majestuosa imagen de una empresa pujante, como preámbulo para colocar en el mercado 300 millones de acciones, con lo cual el Estado perderá su propiedad en ella en una cuantía igual al valor de las acciones que se vendan.
Lo curioso en este caso es que la venta en mención ha merecido tan exagerados elogios que éstos parece que obedecieran a una simple continuación de la campaña mencionada, y que hubieran sido redactados en las oficinas mismas de la empresa que está en venta. El diario El Tiempo, por ejemplo, encomió lo novedoso de la venta: Ya no se trata, como en tiempos por fortuna idos, de someter a cooperativas, sindicatos y trabajadores en general a la “puja” en una bolsa de valores o en una licitación, con resultados que de antemano se saben frustrantes, sino de permitirles llegar al tranquilo ambiente de cualquier oficina bancaria, con unos cuantos pesos en el bolsillo, para dejarlos allí en pago de las acciones que puedan comprar. De esa manera se aspira, dice el editorial, a que haya “acciones para todos”, dejando el 28,6 por ciento de la empresa en manos de modestos ciudadanos y humildes fondos de pensiones y cesantías –así, en minúsculas- y haciendo realidad el aplazado sueño de democratizar la propiedad.
Aunque la empresa… perdón… el editorialista… ¡qué lapsus tan deplorable!-, reconoce frustraciones en anteriores procesos de privatización, presentados siempre por imposibilidad financiera de las cooperativas, fondos de empleados y sindicatos para competir en pié de igualdad con los grandes conglomerados económicos y consorcios internacionales, el mismo editorialista anuncia con bombo y platillos que en esta oportunidad sí se han dado las condiciones para que estas organizaciones puedan participar con éxito, contribuyendo a la edificación de un “capitalismo popular”, cuyas puertas se abren generosas merced a la “significativa democratización del mercado bursátil” que se ha logrado con la “inscripción de ISA en la bolsa de valores”.
Olvida el editorialista que el mercado bursátil nunca podrá ser democrático. Por más que allí se inscriban todas las empresas industriales y comerciales del Estado, no lo será, ya que lo que se impone allí no es el carácter popular de los agentes que participen, sino su poder de compra, aunado a la necesidad de venta de los oferentes; ante este irrefutable hecho, continuarán cojeando las organizaciones populares, que siempre serán rebasadas en sus aspiraciones por la competencia de los verdaderos dueños del país. Por eso, a la hora del balance, lo que quedará será una nueva frustración. Lo de “capitalismo popular”, “acciones para todos” y “democratización de la propiedad” no pasará de ser más que terminología distractora, mientras en ISA se consuma un nuevo despojo por parte de las oligarquías neoliberales en el poder, a favor de los Fondos de Pensiones, de Cesantías y de Conglomerados Económicos, ahora sí con mayúsculas.
(Publicado en El Nuevo Día el 8 de diciembre de 2000)
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